Octavio Paz decía: “Toda reflexión sobre la poesía debería comenzar, o terminar, con esta pregunta: ¿cuántos y quienes leen libros de poemas?” (Poesía y fin de siglo, Seix Barral, 1990). Y no somos quiénes para enmendarle la plana al poeta mejicano, aun cuando la cuestión que nos propone sea de difícil respuesta.
La mente de hoy, o por mejor decir; la mentalidad de hoy transforma de forma casi automática, la pregunta que Paz propone en otra que, sin embargo, es bien distinta y que puede ser ampliada más allá de los confines de la poesía: ¿tienen mercado los libros?. Lo que Octavio Paz propone es una pregunta que incluye un doble espíritu: estadístico – ¿cuántos son los lectores? – y sociológico – ¿cómo son esos lectores?. Sin embargo, una liviana reflexión es suficiente para acabar descubriendo la verdad: es (son) una pregunta(s) imposibles de contestar. Y así lo hace notar el poeta.
Imposible de contestar – decimos – salvo para Juan Ramón Jiménez, que la respondió con una sencilla (a priori) dedicatoria en uno de sus libros: A la inmensa minoría.
Imposibilidad lógica, posibilidad poética
JRJ, en esa dedicatoria, no hace sino proponer al lector una frase cuya realidad es ilógica, ya que la minoría si es incontable, no es minoría y si es contable, deja de ser minoría e inmensa. Y si la minoría fuera incontable, también lo sería la mayoría lo cual nos daría como resultado dos inmensidades; dos infinitudes. ¡Basta! Si apenas podemos con una; si una ya nos abruma, ¿qué haremos con dos?. Basta
Esa frase juanramoniana hay que abordarla desde la literatura, que no es ilógica, sino que posee su propia lógica. Así, la dedicatoria que tantos quebraderos de cabeza nos está regalando en este artículo, cobra un sentido hermosísimo: los lectores, pocos siempre aunque sean muchos, participan de lo inmenso.
La lectura nos interna en la senda de lo inconmensurable; en aquello que no tiene medida. En la palabra, el lector halla la infinitud de la propia palabra y le sitúa en esa misma senda aunque ésta haya tornado su carácter primero y sea ahora una senda transversal al tiempo, eterna, inconmensurable.
No importa cuántos
Cuando se abandonaron las cuevas y empezaron a forjarse las primeras ciudades, quizá, los lectores fueron mayoría. Las historias de dioses y de héroes que fueron padres de una civilización, contadas por sus descendientes en la plaza pública ante el silencioso oído de un auditorio entregado, son, quizá, las composiciones que mas lectores-oyentes han tenido en la historia. Y lo eran, precisamente y como señaló brillantemente Luis Alberto de Cuenca en su discurso de ingreso en la Real Academia de Historia, porque antes de la Historia, siempre estuvo la poesía.
Esas sociedades que formaban una suerte de colectividad primigenia, se fueron fragmentando en oficios, profesiones, clases: labradores, alfareros, sacerdotes, patricios. Y con esa división, natural por otra parte, se fueron también dividiendo las creencias y las artes y las ciencias y las técnicas. Religión y poesía; danza y canto; ciencia y magia; todas ellas que fueron una misma cosa; se fueron independizando unas de otras; individualizando hasta alcanzar una entidad propia.
Subgrupos que generaron – les es connatural – subculturas y que, al fin y a la postre, formaban una sociedad. La existencia de culturas dentro de una misma cultura, llamémosla, atómica, no es sino la coexistencia de muchas minorías que, aunque a veces puedan adquirir la primacía en cuanto al número de miembros, siempre y con el tiempo, acaban volviendo a su estado primero; a su naturaleza de minoría.
La estadística pues, “es un espejismo: muchos y pocos, mayorías y minorías, son nociones que se disipan” (Octavio Paz)
Inmensa minoría
Esas minorías de las que hablamos no son, minorías sectarias ni aisladas. Su existencia incluye la comunicación entre ellas. Y de esa comunicación surge, y por ir finalizando, todo un entramado, algo así como una tela de araña de ideas que es lo que hoy denominamos: cultura de un pueblo.
Por encima de las minorías, hay toda una suerte de creencias, costumbres e ideas que son comunes a una sociedad. Es una común esencia que es el fundamento de las artes, y en especial de la poesía. Por eso, hoy nos reconocemos en las obras de los autores pasados; porque esas obras de hace siglos esconden, de forma íntima, una esencia que nos es connatural; lo que, en términos filosóficos se ha venido en llamar, totalidad. Incluso en momentos como el actual, en el que la literatura es la viva imagen de la dispersión de la sociedad, es un estandarte de la añorada comunidad.
Así que, poco o nada importa cuántos – muchos o pocos – lean un libro de poemas; la insistencia en la memoria de una minoría, de un grupo reducido, acabará por traspasarle y ser memoria de toda un pueblo. La inmensa minoría de Juan Ramón, es cierto: tiene todo su sentido.
(*) Álvaro Petit Zarzalejos es periodista y escritor. Director de Frontera Ediciones.
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